Hace ya dos años, por estas fechas, estaba volviendo del que se convertiría en uno de mis destinos favoritos del globo, Sri Lanka, una isla que cautiva. Escogimos el destino por casualidad, o siendo sinceros, por precio (los vuelos de Indonesia, el destino inicial que barajamos, se nos iban de las manos). Al principio no estaba nada convencida con la elección. Me daba pereza pensar en el calor agobiante de la India, la cantidad de gente que habría, el ruido, … justo de lo que quería escapar en Madrid.
¡Qué equivocada estaba! Sri Lanka te enamora desde el momento en que la pisas. Es un país tranquilo, exótico, desordenado a su manera, pero fácil de moverse en él. En 2009 salieron de una guerra civil que duró más de 20 años y que tenía al país dividido, por lo que, a día de hoy, tienes la sensación de que valoran la tranquilidad por encima de todo y de que se preocupan por mantenerse alejados de cualquier conflicto. De hecho, una de las cosas que más nos llamó la atención, es lo bien que conviven las 4 religiones del país: el budismo mayoritariamente, seguida de la religión hinduista, musulmana y cristiana, por este orden. Es muy común ir caminando y encontrarte un templo hindú, a escasos metros de una pagoda budista, torcer una esquina y que aparezca una mezquita.
Poco a poco, Sri Lanka se está convirtiendo en un destino cada vez más turístico, pero todavía conserva la esencia de una tierra virgen y exótica por descubrir.
Es un país que vale la pena recorrer de norte a sur y de este a oeste. Cada zona tiene su atractivo y merece la pena conocerlo todo. Además, por su extensión, puede recorrerse bien en dos semanas, eso sí, en coche por la independencia que te da a la hora de moverte. Otra forma de viajar, más económica, son los autobuses y tuk tuks que siempre están disponibles por todas partes.
Nuestra aventura comenzó aterrizando en el aeropuerto de Colombo, aunque no visitamos la capital (eso sí que es caos absoluto), de ahí escapamos rápidamente hacia el norte del país. La primera semana nos movíamos en la furgoneta de Nihal, un local al que contratamos para exprimir el tiempo, las carreteras y abarcar lo máximo posible. Además, conducir por allí es algo que personalmente no recomiendo, en eso y a pesar de ser gente encantadora, no son nada civilizados, y el vehículo más grande es el que reclama la prioridad, circules por donde circules y haya peatones, ciclistas o animales por la carretera. Así que, para nosotros, Nihal fue una gran apuesta.
Tras visitar las obligadas ruinas de Anuradhapura, nos dirigimos hacia una de nuestras primeras paradas (100% recomendada y que no todo el mundo visita por encontrarse al norte de la isla): Trincomalee. Se trata de una playa paradisíaca con mucho encanto, no muy grande, y sin apenas gente, tan solo las personas que se alojaban en un hotel en la misma playa, donde cada habitación era una especie de casita con hamacas en el porche. Una imagen totalmente idílica. El principal atractivo de esta playa (y motivo por el que fuimos) es que hay una empresa que te alquila material de snorkel y te hace el desplazamiento hasta Pigeon Island, una pequeñísima isla protegida con fondos de coral ¡hacer snorkel por allí es mágico!
Continuamos el viaje adentrándonos en la selva. Pasamos por Kandy y Pinnawala, paradero de elefantes, y seguimos ascendiendo hasta llegar a los campos de té de Nuwara Eliya, también conocido como Little Britain (cuando vayáis sabréis porqué, eso sí, llevaros ropa de abrigo). De ahí descendimos hacia la costa de Arugam Bay, antes de iniciar nuestro camino hacia zonas que parecían la misma sabana africana: el Parque Nacional de Yala. Incluso en el trayecto nos llegamos a cruzar con elefantes. Durante todo el viaje íbamos poniéndonos las botas, especialmente con la fruta y con los zumos que preparan por toda la isla. Hasta que, por fin, llegamos a las playas del sur.
Desde que pisamos la isla nos moríamos de ganas de ver tortugas, y las playas de sur y del este son perfectas para ello. Así que aquí llega mi segunda recomendación: Unawatuna. Es un pequeño pueblo costero y turístico en el que te dan ganas de quedarte a vivir. De hecho, conocimos a personas que lo habían dejado todo y se habían instalado allí, montándose pequeños hoteles cerca de la playa. El ambiente es joven, fiestero, inspira mucho relax y como no, la playa, como todas, es espectacular. En este caso, al contrario que otras más “vírgenes” y tranquilas, estaban llenas de chiringuitos con muy buena vibra. Un día, en esta misma playa, como quien no quiere la cosa, nos tropezamos con una tortuga enorme que estaba dentro del agua mientras nos bañábamos. Es una locura la sensación de bañarse con tortugas de más de un metro y en su hábitat natural.
Los días pasaban y nuestro viaje iba llegando a su fin por lo que, poco a poco, nos fuimos acercando hacia Colombo para coger el avión de vuelta, moviéndonos de playa en playa por la costa sureste y disfrutando de nuestras vacaciones.
Cada día que pasaba me daban más ganas de dejarlo todo y quedarme. Quién sabe, quizás cualquier día escribo otro post desde una hamaca en alguna playa perdida de Sri Lanka…